Trepaba las murallas para entrar al Sol de América y hoy es presidente del Club

Publicado en fecha 11-05-2017
Por Celia Mendoza
cecamen@gmail.com
Empresario exitoso y cabeza de reconocidas organizaciones, como Asismed y Mapfre, Miguel Figueredo, que de chico trepaba las murallas del Club Sol de América para ingresar al predio, porque sus padres no podían pagar la cuota social de la entidad, hoy es nada más y nada menos que el presidente de dicha institución, además de ser titular del Yacht y Golf Club Paraguayo.

Aunque admite que ninguna actividad le brinda más satisfacción que presidir el Sol de América, porque es la entidad que lo vio crecer y lo acogió en sus tiempos de ocio, Figueredo afirma que el compromiso es parejo en cada una de las instituciones que dirige y que el camino para llegar en donde está no fue fácil, pero valió la pena.

Esa experiencia la compartió con estudiantes que están en edad de buscar su primer empleo. Como poblador del barrio Obrero y miembro de una familia de bajos recursos, Figueredo admite que aunque solía quejarse de su suerte, hoy da gracias por la experiencia que le cupo vivir… Con solo 8 o 9 años, ya era un miniempresario, dice memorando su infancia, tal vez difícil, pero fructífera a la vez porque a los 12 años pasó de vender empanadas en la calle, a hacer lo que hoy conocemos como delivery.

“Me ascendieron, dejé de vender empanadas para llevar viandas a las casas”, cuenta con humor el consolidado empresario, que inició su actividad laboral en el seno familiar. Su mamá era quien elaboraba las empanadas y las comidas; y él el encargado de las ventas y de la distribución. Fue su madre quien le inculcó el valor del trabajo, de la responsabilidad, y en la calle aprendió sus primeras armas para forjar el presente próspero que vive en la actualidad.

“Vengo de una familia humilde, que no podía pegarse el lujo de pagarme la cuota del club, donde entraba –como solemos decir– ka’i (trepando las murallas). Jamás pensé que iba a ser presidente del Club Sol de América”, memora Figueredo, mientras sus ojos se pierden frente a un gran auditorio repleto de jóvenes.

Recuerda también que solía afligirse porque al salir del colegio, sus compañeros iban a jugar fútbol, pero él no podía… tenía que trabajar, entonces buscaba respuestas y no las encontraba hasta que con los años, llegó la madurez y esta le demostró que la vida se vive y las oportunidades se ganan.

Hoy, muchos de esos ex compañeros trabajan para sus empresas... “La respuesta llegó sola, con los años y es cuando comencé a ver la realidad, a valorar y a dar gracias a mis padres, por todo lo que me enseñaron porque sembraron en mí la cultura del trabajo”, enfatiza, al tiempo de instar a los jóvenes “a luchar por sus sueños, a ser obedientes con los padres porque estos jamás te van a decir nada inapropiado, a ser responsables, auténticos, a tener actitudes positivas y a nunca, nunca perder el humor”.